Por María Marín
Mi madre murió una semana antes de yo cumplir 9 años. En la funeraria, mientras la observaba, tenía la esperanza de que su pecho se moviera como señal de que estaba respirando. No podía creer que esta escena tan dolorosa fuera real. Los primeros años después de su muerte me negué a reconocer que mi madre se hubiera ido. Cada mañana esperaba con ansias que llegara a mi cama a despertarme con un beso. Me tomó muchísimo tiempo recuperarme pero pude superarlo y hoy puedo recordar a mi madre sin sentir dolor.
Cuando pasamos por una tragedia como la muerte de un ser querido, el diagnóstico de una enfermedad terminal, el rompimiento de una larga relación, ser víctimas de un desastre natural o cualquier situación en la que sufrimos una enorme pérdida material o emocional, entramos en un proceso de duelo que, según los expertos, puede durar de uno a tres años y consta de éstas cinco etapas:
1) Negación: no quieres aceptar lo que ha sucedido. Algunos dicen: “esto tiene que ser una pesadilla y en cualquier momento voy a despertar” o como decía yo: “mañana vendrá mi mamá”.
2) Ira: la pérdida provoca que la furia se apodere de ti. Buscas echarle la culpa a algo o alguien con el fin de encontrar un aliciente. Algunos culpan a Dios, otros responsabilizan a un amigo o pariente, y la mayoría se acusan a sí mismos.
3) Negociación: por cualquier medio tratas de reemplazar o recuperar lo que perdiste. Quien pierde un bebe piensa: “¿que tal si adopto un niño?” O cuando una relación ya terminó hay quienes dicen: “si vuelves conmigo te juro que cambiaré”.
4) Depresión: ya te cansaste de negar, culpar o negociar, y no tienes ninguna esperanza de recobrar lo perdido. Ahora te invade una gran tristeza porque te has dado cuenta que nada puede cambiar la situación.
5) Aceptación: reconoces la pérdida y el abatimiento ya no rige tu vida. Gradualmente disminuye la intensidad del sufrimiento. Esta etapa es la más importante para vivir en paz nuevamente. Muchos no aceptan lo sucedido y siguen atrapados en las etapas anteriores. Por ejemplo, mujeres llenas de ira contra el ex-marido después de diez años de divorciadas. Personas que se encuentran atadas a una silla de ruedas después de un accidente y viven constantemente deprimidas. O quienes perdieron su fortuna y continúan en negación.
Si al igual que yo, sufriste una gran pérdida, te aseguro que aunque no puedas cambiar la realidad, tienes derecho a la felicidad. Deja de lamentar el pasado, agradece a Dios por lo que tienes y enfoca tu atención en el presente para que construyas un futuro resplandeciente.