Recuerdo que hace varios años celebré la Navidad en casa de mi hermana Liza, y su hijita radió de emoción al encontrar la torre de regalos que Santa Claus le dejó. Al terminar la niña de desenvolver su primer presente, que estaba envuelto en papel con dibujitos de muñecos de nieve, observó a su madre y con intrigado tono de voz le preguntó: “¿Mami, tú eres Santa Claus?” Liza, desconcertada, me vio con cara de: ¿Qué le digo? Obviamente yo más confundida que ella le devolví una mirada de: “¡Ni se te ocurra pensar que tengo la respuesta!”.
Para evadir la contestación tanteé a mi sobrina: “¿Cariño, por qué preguntas eso?”, y en tono adorable y muy intelectual dijo: “Es que Santa envolvió mis regalos con el mismo papel que mami decoró los de papi”. Como mi hermana, muchos padres han sido “víctimas” de esta situación y se han cuestionado: ¿¡Qué digo!? El debate sobre ocultarle o revelarle a un niño la realidad de Santa Claus es polémico. Muchos piensan que se debe esconder la verdad para no arruinar la fantasía de un niño, y estoy de acuerdo, sin embargo, si ellos preguntan no se les debe mentir. Hay que considerar que ésta es la primera pregunta trascendental que tu hijo te planteará y si mientes diciéndole: “Santa Claus es real” y sus amiguitos le dicen: “Santa Claus no existe”, cuando averigüe la verdad, desconfiará de ti y creerá más en sus amigos que en sus padres. ¿Acaso deseas que alguien en el autobús escolar sea quien le explique a tu hijo las cosas importantes de la vida? Los niños tienen una imaginación extraordinaria, son capaces de jugar hasta con un amiguito imaginario. Aprovecha ésta imaginación para mantener la ilusión de que Santa Claus existe, pero sin evadir la “realidad”.
Explícales que los papás colocan los juguetes bajo el árbol, pero en el corazón de cada ser humano existe realmente ese hombre de barba blanca, gorro rojo, mejillas rosadas, lentes diminutos, abdomen abundante y carcajada reconfortante. Coméntales la trascendencia de la Navidad, la paz que genera al mundo y que cada año todos los adultos jugamos a imaginarnos a ser niños una vez más para recibir a Santa. Fue así como Liza no desaprovechó la oportunidad para sentarse al pie de la chimenea con mi sobrina a revelarle el secreto, pero además le inculcó que la auténtica Navidad no radica en quién deja los regalos bajo el árbol, sino en quién tiene la capacidad para sentir en su corazón que Santa existirá dentro de ellos siempre. Le subrayé a mi hermana que se preparará para la próxima difícil interrogante que le hará mi sobrina: ¿Cómo se hace un bebé?, entonces sarcásticamente me dijo: “¡Acaso no sabes que la cigüeña los trae!”.