El otro día estaba recordando un viaje muy especial que hice a Panamá, donde fui a presentar mi seminario “Mujer Sin Límite”. El evento lo organizó el Diario La Prensa y los fondos recaudados fueron donados en su totalidad a Fundacáncer, organización que provee servicios a personas de bajos recursos.
Durante mi estadía me llevaron a conocer el Instituto Oncológico Nacional. Antes de ingresar a la sala donde me encontraría con los pacientes que estaban recibiendo su quimioterapia, el corazón me empezó a palpitar aceleradamente, me invadieron los nervios y una gran tristeza se apoderó de mí. Me vino a la memoria el recuerdo de mi mamá quien murió de cáncer cuando yo tenía 9 años, y lo primero que pensé fue: “Dios mío, ¿podré enfrentar esta situación?”. Pero enseguida me dije: “María, no puedes decaerte, tú vienes a motivar a estas personas, ¡claro que puedes! Fue entonces cuando respire profundamente, guarde mi postura y entré mostrando mi mejor sonrisa. Según saludaba a los pacientes, les tomaba la mano, los abrazaba y les decía palabras de aliento, me di cuenta como una caricia y un gesto de amor pueden traer una profunda felicidad.
Así seguí recorriendo el hospital hasta que llegamos a otra sala donde se sentía un ambiente sepulcral. Había más de 50 personas y nadie sonreía. Sentí el deseo de hablarles, era la oportunidad para motivarlos. Entonces, para romper el hielo con esta audiencia y escenario inusuales, pedí que levantaran la mano aquellos que estaban esperando a ser atendidos. Después solicité que levantaran la mano los acompañantes o familiares de los pacientes, y por último dije: “ahora quiero que levanten la mano los que no tienen la más mínima idea de qué están haciendo aquí”. Fue cuando las carcajadas invadieron la sala y aproveché el regocijo de ese instante para dirigirme a ellos.
Les dije: “sabían ustedes que la batalla más grande que van a enfrentar con esta enfermedad no es el diagnóstico médico o poder conseguir los recursos para el tratamiento. Tampoco es la quimioterapia, el malestar o la debilidad física. La batalla más grande será mantener la fe en medio de este torbellino.
La fe es el medicamento más efectivo para curar cualquier enfermedad. Tienen que permanecer con actitud y pensamientos positivos en todo momento” y concluí diciendo “La fe es la evidencia de lo que todavía no se puede ver, por eso deben anticipar y esperar lo bueno aunque no tengan pruebas de que van a curarse”. Antes de despedirme de los pacientes tuve la certeza de que había crecido la esperanza en aquel lugar.
Al igual que a ellos, hoy quiero motivarte a que cultives tu semilla de la fe. Cualquiera que sea la situación que te tiene enferma espiritual o físicamente, pronostica lo mejor, y ten fe de que el Universo va a trabajar a tu favor.
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