Por María Marín
En uno de mis viajes a Los Ángeles conocí en el avión a un joven empresario que me preguntó a qué me dedicaba. Le dije con orgullo: «mi trabajo es motivar». Mi respuesta lo inspiró a confesar su conflicto laboral, y me convertí en su motivadora personal durante todo el vuelo.
«No se qué hacer con mis trabajadores» me dijo frustrado y confesó: «tuve que amenazar a algunos con despedirlos porque son una partida de vagos». Y le aclaré: «¡no hay gente vaga, lo que hay es gente con la motivación equivocada!».
Le expliqué que en esta vida sólo hay dos motivos que motivan a alguien para que actúe. Desde que te levantas, hasta que te acuestas, cada acción que tomas es provocada por alguno de los dos. Uno se basa en obtener placer, o aquello que genere sentimientos positivos, y el otro se basa en evitar dolor, o aquello que produzca sentimientos negativos.
¿Qué te motiva a levantarte cuándo suena tu reloj despertador en la mañana? Si le pregunto a 100 personas, recibiré 100 respuestas diferentes. Pero digan lo que digan, unos se levantarán por la angustia de llegar tarde y correr el riesgo de quedar despedidos. Mientras que otros, saltarán de la cama por la satisfacción de continuar con sus proyectos o por la emoción de hacer lo que les gusta.
Otro ejemplo típico es cuando se quiere adelgazar; unas se motivan por el deseo de verse espectacular y estar saludables, y otras, por el miedo a verse gordas. Y en las finanzas, hay quienes ahorran por que desean tener abundancia, mientras que otros lo hacen para evitar ser pobres.
Así es que, la humanidad actúa por la motivación de ganar un premio o evitar un castigo. Esta es la forma como estamos programados desde niños. Se ha demostrado que ambos estímulos funcionan. No obstante, es mejor tomar decisiones motivadas por sentimientos que inspiren paz, gozo y armonía ya que son los que generan situaciones y emociones positivas.
Le dije al joven empresario del avión que para exterminar la vagancia en su empresa en vez de asustar a sus empleados con despidos, mejor los incentivara a trabajar por premios. Le aseguré: «quemarse las pestañas para ganarse un viaje a Europa, suena más sabroso que trabajar duro para no acabar de patitas en la calle».
De ahora en adelante, cuando busques motivación ¡en vez de actuar por el miedo a fracasar, hazlo por el deseo de triunfar!
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