Por María Marín
La noche antes de viajar a New York donde se llevaría a cabo mi cirugía para remover los tumores cancerosos en mis senos, me sentía consternada. Pensar en lo que me esperaba y la incertidumbre de saber si todo saldría bien, no me permitía conciliar el sueño. Finalmente a eso de las tres de la mañana decidí no pelear más con el insomnio. Agarré el Corazoncito rojo de metal que guardo en mi mesita de noche, el cual tiene un puñado de las cenizas de mi abuelita Mercedes y me lo llevé al pecho. Mi abuela fue como una madre para mi, ella me crió después de la muerte de mi mamá quien perdió la batalla contra el cáncer cuando tenia únicamente 33 años.
Me hinqué al pie de mi cama y comencé a llorar desconsoladamente. Gritaba con todas mis fuerzas: “abuela, abuela, ¿me oyes ?, te necesito, ¡dime si me escuchas!” Mientras sollozaba reflexioné en los miles de mensajes que había recibido de mis seguidores en las redes sociales desde que di a conocer la noticia de mi diagnóstico. Pensé: “Todo el mundo está orando por mi. ¿Cómo es posible que yo todavía no he orado a Dios para pedirle que todo salga bien”. En ese instante empecé a hablar con Él de “Arriba” como si fuera mi amigo. Lo primero que hice fue darle las gracias por todas la bendiciones que siempre han rodeado mi vida. Luego le pedí que guiara a los doctores durante mi operación, y que los ayudara a remover toda célula dañina que hubiese en mis senos para que yo quedara totalmente limpia de cáncer.
Luego de mi petición, pensé en lo que muchos me habían aconsejado: “María, deja este problema en la manos de Dios”. Sin embargo me daba terror dejarlo en sus manos porque tal vez lo que yo pedía, no era el plan que Dios tenía para mi. Que tal si su plan era que yo no sobreviviera esta prueba.
De repente me volteé, vi la foto de mi madre y sentí que me decía: “Hija, confía, su plan es perfecto”. Tomé un profundo suspiro y con mucha fe, dije: “Señor dejo todo en tus manos y que sea tu voluntad”. Una vez dije estas palabras, rápidamente sentí un gran alivio. Me di cuenta que ya no enfrentaba el cáncer, sino que el cáncer enfrentaría a Dios.
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