Odio la palabra culpa, pido perdón por usarla hoy. Lo hago para captar la atención de ustedes. Los humanos somos expertos en buscar culpables, amamos ese jueguito que solo logra «ver la paja del ojo ajeno y no ver la viga del nuestro». Así siempre «los otros» y solamente los otros, son culpables de los que nos pasa.
Cuando una paciente se sienta frente a mí, destrozada porque su marido la engañó o cuando un hombre llega a mi consultorio destruido, sin ánimo ni de caminar, por la misma razón, ambos buscan que yo les diga algo parecido a esto: «Su pareja es un demonio, un desgraciado y es el único culpable de todo»… grave error. Cuando hay una aventura amorosa, ambos tienen que asumir cierta responsabilidad.
No quiere esto decir que quien engaña es un angelito con alas, que no fue desleal, que no traicionó, hirió y abusó emocionalmente de su pareja. Dios me libre de alabar tal conducta o ponerla como una tontería, no. La infidelidad duele, hace daño. Tanto a los que sufren sus consecuencias, como a quienes disfrutan su locura. Como dice la canción: en una relación de tres nadie sale ganando o sea, siempre todos salen perdiendo.
Lo que deseo es comunicar que nuestra conducta está motivada por la de los demás y a su vez mueve la conducta de los que nos rodean. Vivimos en sistemas, la familia es un sistema, la pareja es un sistema, el lugar del trabajo y la sociedad son sistemas relacionales y una de las características de los sistemas es que todo lo que yo hago influye al otro y a su vez, todo lo que el otro hace me influye, aún yo no lo desee. Si mi pareja está de mal humor, eso me afecta. Si mis padres viven peleando y soy una adolescente, eso me afecta. Así como nos afectan los problemas económicos, políticos, sociales, del país donde vivimos. Nuestra conducta influye a los otros y los afecta, así como la de ellos nos influye y nos afecta.
La pareja es un lugar de comunicación, una cosa soy yo como persona y otra es mi relación de pareja. Ese «nosotros» es un ente vivo, crece, se desarrolla. Philip Guerin, Thomas Fogarty, Leo Fay y Judith Gilbert Cauto, en su libro Triángulo amoroso dice lo siguiente:
«En el triángulo por aventura extramarital, el cónyuge que participa debe asumir la responsabilidad de su comportamiento y no alegar como excusa que había problemas relacionales preexistentes. Por otra parte, ambos cónyuges deben asumir la responsabilidad por su participación en el proceso relacional que precedió la aventura».
Como siempre digo, cuando dos están bien no cabe un tercero. Al menos que nos encontremos frente a un infiel compulsivo, disfuncional, enfermizo como el Don Juan o play boy, la mujer seductora, etc.
Las razones que llevan a una aventura son tantas como las estrellas que hay en el cielo, miles de factores pueden desencadenarla: crisis de mediana edad, búsqueda de comprensión, soltar la tensión que está muy alta en la pareja, etc. Lo importante es destacar que nadie lo hace para dañar al otro (sólo cuando es venganza) y que todos estamos a riesgo de hacerlo. Lo que si sabemos los terapeutas, es que una aventura extramatrimonial es un síntoma de un esfuerzo por salir de la ansiedad e incomodidad generada por los problemas no resueltos por la pareja.
Dra. Nancy Álvarez: Psicóloga, sexóloga, profesora, terapeuta familiar, productora, conductora de televisión y escritora. Nancy Álvarez es doctora en psicología clínica con maestría y post grados en terapia familiar, de pareja y sexual. También tiene una maestría en Programación Neurolingüística (PNL) y es hipnoterapeuta. Actualmente cursa un doctorado en Sexualidad en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, impartida por la Universidad de Almería de Andalucía, España. Para más temas de pareja y sexología visita www.nancyalvarez.com.