¿Alguna vez te han herido u ofendido de tal forma que has contemplado la venganza? ¡Por supuesto que si! No importa cuan bueno somos, todos en algún momento de la vida nos ha pasado por la mente vengarnos. Y es porque por naturaleza, el ser humano desea herir a su atacante con el propósito de aliviar el dolor causado y recuperar su ego herido y “pisoteado”.
Sea por una infidelidad, humillación, traición o maltrato de una expareja, un amigo, compañero de trabajo o un desconocido, cuando te hacen daño, la reacción inmediata es desear que la persona que te hirió pague por lo que hizo, por ejemplo, una mujer cuyo marido la deja por otra, lo primero que piensa es: “¡Me las va a pagar!”.
No importa lo que te hayan hecho, una venganza jamás es buena para ti. Llevar a cabo una represalia es letal para tu alma. Todo lo que hacemos en la vida, sea bueno o malo, se nos devuelve, por eso, si haces el mal, aún cuando lo merezca, te perjudicarás a ti mismo. ¡Nunca tomes “la justicia” en tus manos!
Cuando sientas rencor y tengas la tentación de vengarte, hazte estas dos preguntas: ¿Realmente la venganza sanará la herida y será un bálsamo para mi corazón? ¿Vale la pena invertir mi valioso tiempo deseándole mal a otro? Te aseguro que la respuesta a ambas es ¡NO!
Pregúntale a cualquiera que se haya vengado, y sin dudas te dirá que la satisfacción de la venganza nunca sanó su herida, y para colmo, cayó tan bajo como el agresor. Hay unas palabras sabias que dicen: “La mejor venganza es la indiferencia”.
No permitas que la ira y el rencor se apoderen de ti.
El sentimiento más devastador y destructivo que existe es el odio, el cual no afecta en nada al ser odiado, pero destruye a quien odia.
Olvidar un daño no se logra de la noche a la mañana, pero ten por seguro que el tiempo lo cura todo. Decide vivir tu vida plenamente y no permitas que el pasado te robe las bendiciones que trae para ti el presente.
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